Todos los dones espirituales, tanto los llamados «milagrosos» como los llamados «no milagrosos», son realmente sobrenaturales. Ningún don es realmente no milagroso, ya que depende de la obra del Espíritu Santo en nosotros y eso es algo sobrenatural.
Además, los dones espirituales no son solamente «regalos» entregados, sino que es Dios mismo manifestándose personalmente en nosotros, haciendo su obra poderosa y soberana por medio de nosotros como «su instrumento». En otras palabras, el don no le pertenece a cada persona, sino a Dios quien está obrando en medio de su pueblo.
Existen diversos dones, ninguno es más importante que otros, así como ningún cristiano es más importante que otro, y todos los miembros forman parte del cuerpo. Todo cristiano puede tener uno o varios dones, pero no todos tienen los mismos ni en igual medida. Todo depende del anhelo que tengamos de tenerlos y de usarlos para edificarnos y edificar a la iglesia, y por supuesto de la voluntad de Dios en entregarlos según su sabiduría.
Los dones espirituales son otorgados con el fin de edificar a la iglesia, y realizar la obra sobrenatural de alcanzar con el evangelio a los perdidos. Los dones ayudan a animar, consolar, exhortar, edificar, al pueblo de Dios.
Los dones, por lo tanto, siguen vigentes en este tiempo y seguirán vigentes hasta que Jesús vuelva, puesto que estaremos con Dios para siempre, con lo perfecto, y no habrá ya más pecado, enfermedad, muerte, ni tampoco gente no creyente. En el nuevo cielo y nueva tierra estaremos con Dios y su presencia en todo lugar.
Todos los dones deben ser usados siempre en base al amor. Sin amor de nada vale tener un don. El amor a Dios sobre todas las cosas, y el amor al prójimo, es más importante que algún milagro o algo sobrenatural que podamos hacer.