El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, y es Dios mismo en toda su esencia. Al ser Dios es también eterno, y estuvo presente activamente en el momento de la creación, dando vida a lo creado, el llamado Ruah.
El Espíritu Santo también nos da «vida espiritual» a los creyentes. Fue la herencia o el sello prometido por Dios, y que sería la evidencia de la restauración de su reino por medio del Mesías.
El Espíritu Santo es quien le dio el poder a Jesús para hacer todos los milagros como sanidades, echar fuera demonios, multiplicar el pan entre otros. Jesús en todo momento obró como un ser humano, y no en su Deidad, pero empoderado en el Espíritu Santo.
Desde Pentecostés en adelante, el Espíritu Santo viene a morar en los creyentes, y en la medida en que seamos llenos de Él, podemos vivir como Dios espera que vivamos. Él hace que crezca en nosotros el Fruto del Espíritu, nos da Dones Espirituales para edificarnos mutuamente, y para hacer la obra que Jesús encomendó.
El Espíritu Santo es fundamental en la vida de la iglesia, y de cada cristiano en particular. Sin Él nada podemos hacer. Nuestras fuerzas son insuficientes, y nuestra voluntad es débil, pero Dios obra en medio de nosotros y a través de nosotros, en su Espíritu.
Jesús dijo que no nos abandonaría jamás, y que seguiría con nosotros hasta el fin del mundo, y esto lo hace por medio de su Espíritu Santo.