Todo lo que Jesús hizo en la tierra fue como un hombre «común y corriente», no por ser Dios, sino gracias al poder del Espíritu Santo.
Vivió una vida justa y perfecta, e hizo milagros y maravillas, siempre guiado y en obediencia a Dios Padre, y en el poder del Espíritu de Dios.
Cuando Jesús murió y resucitó, cumplió la obra que Dios imaginó para salvar a la humanidad y restaurar el Reino de Dios en la tierra, y entregarlo nuevamente al hombre.
Entonces, antes de ascender al Padre, Jesús dejó la orden explícita de que debemos ir por el mundo haciendo discípulos y enseñando todo lo que él nos ha enseñado. Dijo que toda autoridad ha sido dada a Él en el cielo y en la tierra y Él la extiende a su pueblo. Pero también dijo que no hagan nada hasta que del cielo viniera el Poder, el Espíritu Santo.
Lo anterior nos enseña que debemos seguir el modelo de Jesús. Debemos hacer esa obra de ir por el mundo, en obediencia completa a Dios Padre, y ahora, tras Pentecostés, en el poder del Espíritu Santo.
Ahora tenemos la Autoridad de Jesús delegada en nosotros, y también tenemos el Poder para hacerlo, por medio del Espíritu Santo en nosotros.